Si me permiten, comenzaré mi
artículo parafraseando a Enrique Jardiel Poncela “Todos los hombres que no
tienen nada importante que decir hablan a gritos”.
El individuo que grita
desconoce el arte de escuchar activamente y de mostrar empatía hacia los demás,
por tanto, debemos ser analíticos con nosotros mismos, intentando encontrar el factor o factores que nos llevan
a levantar la voz de manera sistemática, en torno a los 70/80 decibelios,
equivalente al ruido que ocasiona el tráfico intenso de una ciudad en hora
punta.
Si tu mensaje es rico en
contenido, no tendrás que recurrir a levantar o esforzar la voz de manera exacerbada
para ser escuchado, antes de alzar la
voz, deberás plantearte si resulta conveniente que mejores los argumentos de tu
mensaje.
Algunos, descubrieron en la voz una potente arma para
imponerse y defenderse del eterno perturbador, disconforme e incesante diálogo
de su mundo interior. Vocear es exhalar el ruido interno liberando la ira, la
rabia y la energía contenida propia de cuando se pierde el control emocional.
Gritar es como pintar un
cuadro abstracto donde solo su autor conoce su significado, mientras los demás,
lo intuyen sacando sus propias conclusiones. Seamos prudentes con la intensidad
de la voz que utilicemos, ya que, puede ocasionar reacciones de repulsión en
nuestro/s interlocutor/es.
Continuando con el símil de
la pintura, cuando nos comunicamos estamos
pintando nuestro autorretrato en un paisaje de angustia o de quietud, de
esperanza o de desconsuelo, de paz o de
desazón, de superficialidad o de profundidad, de luces o de sombras, de calidez
o de frialdad… Un lienzo donde se plasma nuestras alegrías y penas, arrojos y
temores, intenciones y despropósitos, motivaciones y desalientos, ilusiones y desengaños...
En ocasiones, el grito es
utilizado como herramienta para liderar individuos, equipos o masas, pero
pretender alcanzar el liderazgo haciendo estallar nuestras cuerdas vocales, no resulta
la manera más productiva, ni eficaz de ver satisfechos y cumplidos nuestros
objetivos.
No olvidemos la diferencia
existente entre hablar fuerte de manera contundente y/o con firmeza y vociferar.
Por otro lado, resulta
contraproducente la utilización del grito como hábito adquirido, ya que, resta eficacia a la comunicación e interfiere
en las relaciones interpersonales produciendo efectos nocivos fisiológicos y
psicológicos, tanto en el que emite el grito, como en la persona o grupo de personas a las
que va dirigido.
Cultivar emociones positivas
servirá de estimulante para equilibrar nuestro propio yo.
En cualquier caso, elude
todo tipo de provocación o intimidación intentando controlar tus impulsos y, desviando
la mente hacia situaciones o actividades que te distraigan y neutralicen el escenario
en el que te has visto envuelto.
El talento no se mide en
decibelios sino en la calidad del saber; saber ser, saber estar y saber hacer.
Por eso ¡Menos gritos, Milagritos!
Margarita Martínez Mechó