Mientras
que para algunos la ignorancia es la esterilidad del saber, para otros, en la
ignorancia encuentran la fuente de donde beber la felicidad.
Habitualmente nos limitamos
a caminar por la senda de la ignorancia aferrándonos a la verdad, a nuestra
verdad, y sin darnos apenas cuenta de lo que ello supone. Una verdad llena de
lagunas que no queremos o no nos interesa reconocer, quizá por nuestra voluntaria
o impuesta escasez cultural, por falta de humildad o por simple dejadez e
interés.
La ignorancia, en ocasiones,
es como un espejismo donde sólo nuestra mente permite a nuestros ojos visualizar
un hermoso estanque de agua cristalina, mientras que bajo la atónita mirada de
otros, sólo son capaces de percibir un triste charco de agua estancada, corrompida
y, en ocasiones, lleno fango y lodo.
Cuando el saber queda
estéril nace la ignorancia y, como tal, la incapacidad de desarrollar
conocimiento y la inquietud por el aprendizaje.
Dotar a una sociedad de
ignorancia es poner armas en manos del pueblo sin saber hacia dónde van
dirigidos sus disparos y el alcance de sus palabras, decisiones, actuaciones o
influencias.
Reconocer nuestra propia
ignorancia puede resultar el trampolín que nos impulse a alcanzar nuevos retos,
nuevas metas, nuevos éxitos y nuevos fracasos. Pero no olvidemos que de los
fracasos también se aprende si tenemos o desarrollamos la capacidad suficiente
para gestionarlos positivamente.
Desconocemos el grado que alcanza
nuestra propia ignorancia emitiendo inútiles y estúpidos juicios de valor,
ideas, pensamientos e ignorando que todos, unos más que otros, pero todos,
somos en cierto grado unos ignorantes.
Ignoramos el conocimiento de
nuestras propias emociones y nos sentimos con altas capacidades para dominar las emociones y la vida de los demás.
La ignorancia es el platino,
el oro, la plata y del bronce del pódium, donde algunos individuos
independientemente del cargo que ostenten o profesión que desempeñen, tienen la
desdicha de ocupar las primeras posiciones.
La ignorancia es la madre
del atrevimiento, de los desprecios, de la tiranía, del orgullo, de la muerte,
de la desconfianza, de la sinrazón, de los errores, de la negación, de la
estupidez, de las negligencias, de la prepotencia, de los necios, de la
envidia, de la imprudencia,…
¡No
te aferres a la esterilidad del saber. El conocimiento usado con elegancia y
sin vanidad también es fuente de felicidad!
Margarita Martínez Mechó
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