jueves, 11 de febrero de 2016

SENCILLAMENTE ELEGANTE


“SENCILLAMENTE ELEGANTE”

Si saliésemos a la calle con micrófono en mano, o realizáramos una encuesta en la que se recogiera la opinión de los ciudadanos acerca de qué es para ellos la elegancia, en la gran mayoría de los casos, en primer lugar, nos encontraríamos con caras que nos revelarían un “no sé cómo explicarlo”. En segundo lugar, visionarían mentalmente a alguno/s de sus personajes predilectos del mundo del cine, de la televisión, del teatro, de la literatura, la música,… Y a continuación, harían mención a aquellas características que presenta su aspecto físico con alto grado de fotogenia, y pleno dominio del manejo del lenguaje de la moda. Probablemente usted haya pensado en Grace Kelly, Audrey Hepburm, Nati Abascal, Cary Grant, George Clooney, David Beckham, Xabi Alonso, Daniel Craig…. Estos, entre otros muchos más, son personajes que han logrado convertirse en referentes de masas, distinguiéndose del resto, conectando con los diferentes públicos y, cómo no, creando tendencias.

Pero realmente, la elegancia es mucho más ¿Cuál es la pureza elemental de la elegancia? ¿Qué define a un individuo considerado deliciosamente elegante?

La pureza elemental de la elegancia radica en aquellas características que definen al sujeto potencialmente elegante. El sujeto deliciosamente elegante exhibe, cautiva y coquetea, con sus cualidades físicas e intelectuales con prestancia, donaire, gallardía, distinción, sencillez, señorío, naturalidad, buen gusto, discreción, arte y excelencia tanto en sus formas, como en sus movimientos, conversaciones,  pensamientos, actitudes y hasta en sus silencios.

Hay personas que nacen con esta cualidad innata, por lo que se puede afirmar que han sido agraciados con el don de la elegancia. Este tipo de personas, poseen ese, no sé qué,  qué sé yo, que te cautiva y hace crecer de forma repentina todos sus valores. Quizá no es su belleza física, quizá tampoco lo sea su forma de peinar, de maquillarse o de vestir con importantes complementos,  pero gozan de una serenidad y una templanza, que invita a disfrutar de su sensibilidad estética, de su seductora conversación, y de un armonioso y equilibrado saber estar. Por otro lado, también contamos con la posibilidad de desarrollar esta cualidad, sometiéndonos a un entrenamiento y dedicación constante y perdurable en el tiempo, hasta llegar a conseguir la comodidad y la ineludible naturalidad.

En la elegancia “menos es más”. Hablar por hablar, movimientos excesivos, volumen alto de la voz, de la risa, exuberancia de complementos, efusividad descontrolada, altivez…

El término elegancia significa saber elegir, por lo que las personas que disfrutan de esta virtud, gozan de una extraordinaria armonía interior que se proyecta en su exterior.

La persona elegante siempre da lo mejor de sí, muestra su mejor sonrisa ante situaciones incómodas, intenta ser recordado pasando de puntillas, evita expresiones y palabras malsonantes, gestos groseros y ofensivos, a la vez de mostrar empatía en sus interacciones sociales.

Ser elegante no consiste en ahogar tus emociones, pero sí en ser cautelosos y comedidos a la hora de compartirlos con los demás en público.

Se puede ser elegante vistiendo cualquiera de estos estilos: casual, deportivo, urban, denim, clásico o dandy ¿por qué no? siempre y cuando lo hagamos atendiendo a unas normas básicas de convivencia y respeto hacia los demás y a las circunstancias.

La elegancia es saber elegir y dirigir con coherencia una palabra, un gesto, una mirada, un movimiento, una sonrisa, un saludo, un complemento, un adecuado atuendo, una emoción,  etc.

Para conseguir y mantener ser elegante hay que seguir el camino que marcan las ocho  “eses”: Simpatía, Sencillez, Sinceridad, Sobriedad, Seguridad, Sensatez, Sensibilidad y Serenidad.

Nada contribuye tanto a la elegancia como el saber ser, el saber estar y el saber hacer.


                                               Margarita Martínez Mechó


miércoles, 3 de febrero de 2016

LA ESTERILIDAD DEL SABER





Mientras que para algunos la ignorancia es la esterilidad del saber, para otros, en la ignorancia encuentran la fuente de donde beber la felicidad.

Habitualmente nos limitamos a caminar por la senda de la ignorancia aferrándonos a la verdad, a nuestra verdad, y sin darnos apenas cuenta de lo que ello supone. Una verdad llena de lagunas que no queremos o no nos interesa reconocer, quizá por nuestra voluntaria o impuesta escasez cultural, por falta de humildad o por simple dejadez e interés.

La ignorancia, en ocasiones, es como un espejismo donde sólo nuestra mente permite a nuestros ojos visualizar un hermoso estanque de agua cristalina, mientras que bajo la atónita mirada de otros, sólo son capaces de percibir un triste charco de agua estancada, corrompida y, en ocasiones, lleno fango y lodo.

Cuando el saber queda estéril nace la ignorancia y, como tal, la incapacidad de desarrollar conocimiento y la inquietud por el aprendizaje.

Dotar a una sociedad de ignorancia es poner armas en manos del pueblo sin saber hacia dónde van dirigidos sus disparos y el alcance de sus palabras, decisiones, actuaciones o influencias.

Reconocer nuestra propia ignorancia puede resultar el trampolín que nos impulse a alcanzar nuevos retos, nuevas metas, nuevos éxitos y nuevos fracasos. Pero no olvidemos que de los fracasos también se aprende si tenemos o desarrollamos la capacidad suficiente para gestionarlos positivamente.

Desconocemos el grado que alcanza nuestra propia ignorancia emitiendo inútiles y estúpidos juicios de valor, ideas, pensamientos e ignorando que todos, unos más que otros, pero todos, somos en cierto grado unos ignorantes.

Ignoramos el conocimiento de nuestras propias emociones y nos sentimos con altas capacidades para  dominar las emociones y la vida de los demás.

La ignorancia es el platino, el oro, la plata y del bronce del pódium, donde algunos individuos independientemente del cargo que ostenten o profesión que desempeñen, tienen la desdicha de ocupar las primeras posiciones.

La ignorancia es la madre del atrevimiento, de los desprecios, de la tiranía, del orgullo, de la muerte, de la desconfianza, de la sinrazón, de los errores, de la negación, de la estupidez, de las negligencias, de la prepotencia, de los necios, de la envidia, de la imprudencia,…

¡No te aferres a la esterilidad del saber. El conocimiento usado con elegancia y sin vanidad también es fuente de felicidad!

                                              

                                                    Margarita Martínez Mechó